-Sí, estamos cerca del aeropuerto -aseguró Lindsey-. Yo, con la mejor inquietud del mundo, no puedo parar de pensar en que mi viaje ha terminado apenas ya. «¡Baila muñeca!» -Pero la estríper afro-americana seguía en mi cabeza; sólo tenía diez quilos más que yo, jugaba con ser atractiva y comía pepinos en botella con crema amarga sentada a la barra del bar para que pensasen que se cuidaba como podía. Pero oye, que culo. Necesito ir al gimnasio para tenerlo así de trabajado. O muchas sentadillas, vaya. Pero que pereza.

Vine a la casa de una chica de veinticinco años que trabajaba en una empresa de marketing en Portland. Sí. Es la misma chica que está conduciendo a mi izquierda. Muy maja, oye. Que bien nos lo pasamos. Compartía casa con más chicas jóvenes algo perdidas- Y cuando digo perdidas, me refiero a ese perfil de chica joven y soltera en sus veinte que tiene tiempo para poder emprenderse y encontrar su sitio en el mundo. Pero sí, definitivamente un ansia imparable de encontrar algo de acción en sus vidas las llevó a la misma ciudad. Todas ellas, menos una, abandonaron los cálidos rayos de sol de California para saborear el olor tras un día de lluvia. Uno tras otro. Y tras otro.  A “la menos una”, por así llamarla, es de Oregón. Es que no me acuerdo como se llama, soy malísima con los nombres anglosajones. Ya ves, bueno. Tiene obsesión por los sales minerales y sueña con vender su marca algún día patrocinando baños saludables para dolores crónicos o simplemente un baño relajante y bien perfumado. Es terriblemente gay y no me dejó dormir durantes dos noches seguidas. Follaba como una bestia con su novia en el segundo piso. “A veces discuten y es peor. Ya sabes, un poco de gay drama.”, me dijo Lindsey. En su silencio guardaba cierta inquietud que no supo compartir conmigo. Es difícil admitir que está todavía saliendo del armario a tal edad y tal y cual, pero bueno. Nada importante pero necesita uno su tiempo. No, no pasó nada entre nosotras. Sé que lo estáis pensando, malditos bastardos. En fin, continúo. Por otro lado, su compañera de casa, nacida y criada en Santa Cruz, es muy alegre. Estudió nutrición, y como no, no come ni gluten ni leche y si me apuras hasta su crema de cacahuete es libre de cacahuetes. Ósea, lo come hecho de semillas de girasol. ¡Está muy bueno! Le robé una cucharada después de llegar del partido de la NBA un poco contentilla. Pero bah, ella también lo come a cucharadas grandes que la pillé infragante en la cocina así que sin problema. Todo se queda en la casa. Quiere volver al estado de California para hacer un voluntariado como granjera. La encontré terriblemente atractiva. Madre mía. Yo y mis amores platónicos. Le haría el amor en la cocina. O que digo, le enseñaría lo que es un buen viaje sexual con una mujer. Totalmente. Bueno. Una canción empezó a sonar alto. Y cuando digo alto, es porque amortiguó mis pensamientos y volví al tiempo presente sobre la carretera.

Well I’m on my way
I don’t know where I’m going
I’m on my way I’m taking my time
But I don’t know where
Goodbye to Rosie the queen of Corona
Seeing me and Julio
Down by the schoolyard
See you, me and Julio
Down by the schoolyard

Y pensar que Lindsey cuarenta minutos atrás paró el coche hipnotizada bajo la energía de una viajera indomable que yo le transmitía

-¿Qué pasa?

-Una última aventura. No puedes abandonar Portland sin ver algo tan típico como esto.

-¡Me espera un avión!

-Vamos bien de tiempo. Créeme estamos muy cerca y no tomará mucho tiempo.

-Dale.

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