U.

Una de Portlandia (1/2)

-Sí, estamos cerca del aeropuerto -aseguró Lindsey-. Yo, con la mejor inquietud del mundo, no puedo parar de pensar en que mi viaje ha terminado apenas ya. «¡Baila muñeca!» -Pero la estríper afro-americana seguía en mi cabeza; sólo tenía diez quilos más que yo, jugaba con ser atractiva y comía pepinos en botella con crema amarga sentada a la barra del bar para que pensasen que se cuidaba como podía. Pero oye, que culo. Necesito ir al gimnasio para tenerlo así de trabajado. O muchas sentadillas, vaya. Pero que pereza.

Vine a la casa de una chica de veinticinco años que trabajaba en una empresa de marketing en Portland. Sí. Es la misma chica que está conduciendo a mi izquierda. Muy maja, oye. Que bien nos lo pasamos. Compartía casa con más chicas jóvenes algo perdidas- Y cuando digo perdidas, me refiero a ese perfil de chica joven y soltera en sus veinte que tiene tiempo para poder emprenderse y encontrar su sitio en el mundo. Pero sí, definitivamente un ansia imparable de encontrar algo de acción en sus vidas las llevó a la misma ciudad. Todas ellas, menos una, abandonaron los cálidos rayos de sol de California para saborear el olor tras un día de lluvia. Uno tras otro. Y tras otro.  A “la menos una”, por así llamarla, es de Oregón. Es que no me acuerdo como se llama, soy malísima con los nombres anglosajones. Ya ves, bueno. Tiene obsesión por los sales minerales y sueña con vender su marca algún día patrocinando baños saludables para dolores crónicos o simplemente un baño relajante y bien perfumado. Es terriblemente gay y no me dejó dormir durantes dos noches seguidas. Follaba como una bestia con su novia en el segundo piso. “A veces discuten y es peor. Ya sabes, un poco de gay drama.”, me dijo Lindsey. En su silencio guardaba cierta inquietud que no supo compartir conmigo. Es difícil admitir que está todavía saliendo del armario a tal edad y tal y cual, pero bueno. Nada importante pero necesita uno su tiempo. No, no pasó nada entre nosotras. Sé que lo estáis pensando, malditos bastardos. En fin, continúo. Por otro lado, su compañera de casa, nacida y criada en Santa Cruz, es muy alegre. Estudió nutrición, y como no, no come ni gluten ni leche y si me apuras hasta su crema de cacahuete es libre de cacahuetes. Ósea, lo come hecho de semillas de girasol. ¡Está muy bueno! Le robé una cucharada después de llegar del partido de la NBA un poco contentilla. Pero bah, ella también lo come a cucharadas grandes que la pillé infragante en la cocina así que sin problema. Todo se queda en la casa. Quiere volver al estado de California para hacer un voluntariado como granjera. La encontré terriblemente atractiva. Madre mía. Yo y mis amores platónicos. Le haría el amor en la cocina. O que digo, le enseñaría lo que es un buen viaje sexual con una mujer. Totalmente. Bueno. Una canción empezó a sonar alto. Y cuando digo alto, es porque amortiguó mis pensamientos y volví al tiempo presente sobre la carretera.

Well I’m on my way
I don’t know where I’m going
I’m on my way I’m taking my time
But I don’t know where
Goodbye to Rosie the queen of Corona
Seeing me and Julio
Down by the schoolyard
See you, me and Julio
Down by the schoolyard

Y pensar que Lindsey cuarenta minutos atrás paró el coche hipnotizada bajo la energía de una viajera indomable que yo le transmitía

-¿Qué pasa?

-Una última aventura. No puedes abandonar Portland sin ver algo tan típico como esto.

-¡Me espera un avión!

-Vamos bien de tiempo. Créeme estamos muy cerca y no tomará mucho tiempo.

-Dale.

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H.

Happy Pride! (2/2)

Más letreros sobre Orlando. La sociedad humana es un disparate. Mi cuero cabelludo empieza a engendrar calor, y la piel de la raya del cabello comienza a enrojecerse. Además es mediodía; la necesidad de ir a la sombra es intensa. Sin embargo, no quiero perderme el desfile ni por un segundo. Los deseos podían esperar. Drag queens desfilando. Los trenes eléctricos con banderas. Apple, Facebook y sus respectivos trabajadores y amigos se pasean con orgullo ante la excitación del público. Era como oler el éxito y no poder tocarlo.

-¿Cuánto dura la parade?

– No sé. Creo que lleva retraso. Me pareció escucharlo a uno de Staff.

-Si te cansas avisa. Es que me encanta.

Tengo la fuerte impresión de que  María y yo no tenemos nada que ver la una con la otra. Sin embargo no me importa. Y creo que ella siente lo mismo. Esa bella indiferencia. Queríamos compañía. Y ya está. Esta chica, sea quien fuere en España, ha tenido muy mala suerte, y ha decidido evadirse de todos y de todo en San Francisco. “Necesitaba tiempo para mí”, me dijo mientras merendábamos. Ya que cuando te mudas a un nuevo país todo es cuestión de hacer amistades y de explorar barrios y puestos, o así parece ser, decidimos ir directas al recinto a buscar nuevas emociones. Para aquel centenar de personas aquí presentes, bien disfrazadas, o bien vagabundos callejeros cuyo techo son calles meadas de San Francisco, quizás aquello no era tanta novedad como para nosotras. O quizás sí.

-Me daría vergüenza ir así vestida.

-¿Así como?

-Pues como van muchas chicas aquí. Con el torso desnudo. En bragas. O yo que sé.

-Yo iría. ¿Quién te conoce aquí?

María se rió.

-Ya. Tienes razón.

¿Por qué o para qué preocuparse? ¿Por qué tanta necesidad de temer al qué dirán? Y es ahora cuando un hombre totalmente desnudo se cruza en nuestro camino. ¿Ha sido aquel hombre uno muy reprimido alguna vez en su vida? Sus ojos brillan de felicidad. “Happy Pride!”, nos dice al cruzarse. Como mucha otra gente. Feliz orgullo por aquí, feliz orgullo por allá. Sonido de una púa al agitar las cuerdas de una guitarra eléctrica. Empieza el primer concierto.

-Este rock es muy lento.

-A mí me gusta.

-Vamos al otro escenario. Ayer estaba guay.

-Como quieras. Pero este me gusta.

 

Fuimos al otro escenario cuyos anfitriones eran la comunidad latina. La calidad del escenario era mediocre. Al igual que el equipo de música y el deejay. Este último por supuesto. Aunque le ponía empeño y a la gente parecía gustarle.

-No mola.

-Espera, seguro que se pone interesante.

Pero las chicas bailan regueaton. Los chicos observan. Casi nadie bebe alcohol comprado del recinto. Más bien petacas escondidas en algún bolsillo o bolso. Me pregunto cómo consiguieron pasarlas por el control. Parece que nos hemos teletransportado a otro país directamente. Hay algún que otro norteamericano con la barriga al aire bailando y sonriendo ante aquel espectáculo placentero que les proporciona ver a las chicas dar vueltas liberadas o moviendo seductoramente sus caderas. ¡Qué bonito sería ver a todos mezclados y no tanto separatismo! Sin embargo, he de admitir que allí me aburría.

-Esta música no es para mí.

Okay, volvamos.

La sed  nos arrastra hasta el puesto de cerveza. Cuando mi pasaporte cae sobre las manos del empleado, este muestra cara de desconcierto.

Here– le indico.

-No te preocupes. Es que se asustan al ver el pasaporte. No lo entienden. Yo enseño mi carnet de conducir de California.

-Ah. Vale, guay. Cuando me examine haré lo mismo.

Cerveza artesana IPA en mano. Alegría, alegría. Muchas chicas de la comunidad gay sentadas en el césped bebiendo, charlando o bien tomando el sol. A mano derecha el escenario con música en directo y de calidad. Hay muchas interesantes. Y guapas. Para qué negarlo. Banderas y más banderas de arco iris. ¡El sueño de cualquier gay!

Happy Pride!

Happy Pride!

Y brindamos.

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H.

Happy Pride (1/2)

 

Aquí estoy, San Francisco Pride,  y si lanzo la vista al frente atisbo que el parade está a punto de comenzar. Motoristas, bicicletas, banderas de arco iris, empresas promocionándose, gente celebrando el amor y otra manifestando su horror por la masacre de Orlando. Se me puso la piel de gallina, sin embargo no deja de parecerme periodismo amarillo…

Caras de los difuntos. Banderas alzándose y fiesta entretanto. El día que sobrevolaba Nueva York fue cuando empezaron  a aparecer las noticias sobre la masacre en los medios de comunicación. Me pregunto hasta qué punto los familiares estarán de acuerdo con todo esto. Pero al fin y al cabo son culturas diferentes. Aquí las noticias son muy sensacionalistas. Hasta lo que he podido ver en dos semanas y tres días aquí. Vamos… Si pienso tanto me pierdo la magia del momento. Las banderas. Los besos y abrazos. Los chicos sonriendo. Las chicas con los pechos al aire pintados o bien con los pezones ocultos para reivindicar el derecho a poder a mostrarlos públicamente, la gente feliz de recibir souvenirs de la parade… ¡Tantas cosas!

-¡Quiero una bandera!

-Quizás consigamos una de regalo.

-¿Tú crees? ¡La señora que tenemos delante se lleva todos los regalos!

Conocí a María ese mismo día en el Ferry Building nada más embarcar. Contactamos por Internet. Nuestras vidas eran similares en teoría. Ambas teníamos el mismo trabajo. Ambas éramos españolas. Y a ambas nos costaba hacer amigos.

Hey!¡He conseguido crema solar! ¡Nos hará falta!

-Protección 30. Perfecto. Yo he conseguido pegatinas, publicidad innecesaria y condones si quieres.

-Pero no banderas.

-Pues no. Banderas no.

Una madre desfila por la parade con un letrero que dice “Mi hijo es transexual y me siento orgullosa”. Está llorando de la emoción. Se me ponen los pelos como escarpias otra vez. El calor empieza a azotar sobre nuestras cabezas. Tengo una chaqueta en la mochila. “En San Francisco hace viento y niebla. Debes llevar siempre contigo una chaqueta”, me dijo mi jefa. Pues menos mal. Los hombros de María se empezaban a tostar como el clásico beicon de un brunch de domingo.

-¡Qué hambre!

-¡Yo con este calor sólo quiero beber!

-¡Ya te digo! ¡Cuándo acabe la parade comemos y vamos al recinto en civic center con los puestos y conciertos!

Sure!

Más letreros sobre Orlando. La sociedad humana es un disparate. Mi cuero cabelludo empieza a engendrar calor, y la piel de la raya del cabello comienza a enrojecerse. Además es mediodía; la necesidad de ir a la sombra es intensa. Sin embargo, no quiero perderme el desfile ni por un segundo. Los deseos podían esperar. Drag queens desfilando. Los trenes eléctricos con banderas. Apple, Facebook y sus respectivos trabajadores y amigos se pasean con orgullo ante la excitación del público. Era como oler el éxito y no poder tocarlo.

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