U.

Una de Portlandia (2/2)

Entramos en aquel local de estriptis de carretera. Y no, no olía a coño y estaba muy limpio. Estaba emocionada por ver aquello, pero era de una manera muy distinta como me lo había imaginado. Era como una comunidad de amigos. Lo encontraba muy divertido, y, a mi parecer, Lindsey también. Opinaba que su vida le faltaba acción, viaje y descubrimiento sobre  sus verdaderas pasiones-apenas acababa de mudarse allí; sus raíces  no sacarían nada en limpio de sus inquietudes y problemas de ansiedad. Pero Portland parecía su vía de escape. Y oye, es un buen sitio dónde volver a nacer y descubrirse. Una estríper se acercó a ella y le dijo algo al oído. Me dijo que no podía desvelarme el secreto porque es una norma entre estríper y cliente. Un partido de la NBA jugaba de fondo pero sólo yo parecía prestarle atención. Era sumamente de agradecer que la caja tonta estuviera encendida- ayudaba a tener un margen de tiempo para poder ser natural y al mismo tiempo pipear el ambiente. Entraron otro par de mujeres. No me sentía incómoda, la verdad. Era como estar en un bar corriente pero con gente casi desnuda o bailando desnuda. Una estriper vino a hablarme. Qué tal y todo eso. Muy bien y tal y cual, aquí tomando una cerveza y relajándonos un rato. Y se fue. Muy maja, oye.

 

Lindsey, que se aprendió toda la canción de memoria,  la cantaba a la carretera. Yo observaba la lluvia caer sobre la ventana. Se respiraba tanta paz…

And I’m on my way
I don’t know where I’m going
I’m on my way I’m taking my time
But I don’t know where
Goodbye to Rosie the queen of Corona
See you, me and Julio
Down by the schoolyard
See you, me and Julio
Down by the schoolyard
See you, me and Julio
Down by the schoolyard

Y Lindsey me dio un dólar y me dijo que lo pusiera en la striper que estaba bajándose las bragas en la barra americana; me bebí la cerveza negra, me puse todas mis capas de ropa para aguantar el frío y le dejé el dólar sobre la mesa más cercana a la barra americana. Total, no era rubia. Ni atractiva. Ni mi tipo. Me hice la europea elegante y educada y pregunté a unas stripers el protocolo. También lo agradecieron, claro está. Y me parecieron un amor de personas. Me subieron el autoestima diciendo que si bailaba les quitaría todas las propinas. No tienen ni idea de lo que hablan. Con lo arrítmica que soy y poco sensual, espantaría a toda clientela.

-¡A veces no puedes tocar la estríper! –me explicó Lindsey. Sin embargo, quería preguntar. Esa vena de periodista la llevaré hasta la tumba. De todas formas, poco margen tenía de dejarle dinero entre la ropa interior, porque ya se la había sacado toda. Y demonios, no pienso acercarme a territorio prohibido. Ella sabe a lo que me refiero, y sigue cantando la canción de Paul Simons. Y me pregunto que le habrá dicho la estríper, pero se que tuvo que ver conmigo. Y la lluvia sigue golpeando contra el parabrisas del coche.

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S.

Suena la alarma

Suena la alarma. Lunes. Otro día más sobre la agenda. Ansiedad por un nuevo día tortuoso y aburrido. Dejo caer mi cabeza sobre la almohada. Suena la alarma de nuevo. Me incorporo. El cuerpo de mi marido, marchitado por el paso del tiempo, ya no yace sobre las sábanas ni a mi lado. Escucho el agua caer sobre la ducha. Debo prepararle el desayuno antes de que salga del baño. Debo, pero no quiero. Me incorporo y observo el reflejo de mi cuerpo desnudo sobre el espejo colocado en la pared del cuarto matrimonial. Un regalo de mis suegros cuando nos casamos. “Emma, este espejo es de tradición familiar, tiene un largo legado.” Admiro las afiladas curvas que adentran mis caderas. Todavía soy atractiva. Y tanto. Me asombro al ver mi cara. Recorro suavemente el camino que dibujo con la yema de mis dedos sobre mis rectangulares facciones, sobre mis labios y mejillas, e inmediatamente reparo en mis ojos. Nunca los había tenido tan grandes, tan negros ni tan profundos. Empecé a recorrer con mis manos el resto de mi cuerpo, acariciándome los senos con suma delicadeza y éxtasis, reparando en cada sutil roce con el que se deleitaban mis sentidos. Cierro los ojos por un instante. Con la otra mano me adentro en mi clítoris. Mágica es la naturaleza de la mujer. Gimoteo y vuelvo a observar mis ojos. Nunca los había tenido tan grandes, tan negros ni tan profundos. Me repito hacia mis adentros: “¡Tengo un amante! ¡Un amante! Y me corro.

 

 

U.

Una de Portlandia (1/2)

-Sí, estamos cerca del aeropuerto -aseguró Lindsey-. Yo, con la mejor inquietud del mundo, no puedo parar de pensar en que mi viaje ha terminado apenas ya. «¡Baila muñeca!» -Pero la estríper afro-americana seguía en mi cabeza; sólo tenía diez quilos más que yo, jugaba con ser atractiva y comía pepinos en botella con crema amarga sentada a la barra del bar para que pensasen que se cuidaba como podía. Pero oye, que culo. Necesito ir al gimnasio para tenerlo así de trabajado. O muchas sentadillas, vaya. Pero que pereza.

Vine a la casa de una chica de veinticinco años que trabajaba en una empresa de marketing en Portland. Sí. Es la misma chica que está conduciendo a mi izquierda. Muy maja, oye. Que bien nos lo pasamos. Compartía casa con más chicas jóvenes algo perdidas- Y cuando digo perdidas, me refiero a ese perfil de chica joven y soltera en sus veinte que tiene tiempo para poder emprenderse y encontrar su sitio en el mundo. Pero sí, definitivamente un ansia imparable de encontrar algo de acción en sus vidas las llevó a la misma ciudad. Todas ellas, menos una, abandonaron los cálidos rayos de sol de California para saborear el olor tras un día de lluvia. Uno tras otro. Y tras otro.  A “la menos una”, por así llamarla, es de Oregón. Es que no me acuerdo como se llama, soy malísima con los nombres anglosajones. Ya ves, bueno. Tiene obsesión por los sales minerales y sueña con vender su marca algún día patrocinando baños saludables para dolores crónicos o simplemente un baño relajante y bien perfumado. Es terriblemente gay y no me dejó dormir durantes dos noches seguidas. Follaba como una bestia con su novia en el segundo piso. “A veces discuten y es peor. Ya sabes, un poco de gay drama.”, me dijo Lindsey. En su silencio guardaba cierta inquietud que no supo compartir conmigo. Es difícil admitir que está todavía saliendo del armario a tal edad y tal y cual, pero bueno. Nada importante pero necesita uno su tiempo. No, no pasó nada entre nosotras. Sé que lo estáis pensando, malditos bastardos. En fin, continúo. Por otro lado, su compañera de casa, nacida y criada en Santa Cruz, es muy alegre. Estudió nutrición, y como no, no come ni gluten ni leche y si me apuras hasta su crema de cacahuete es libre de cacahuetes. Ósea, lo come hecho de semillas de girasol. ¡Está muy bueno! Le robé una cucharada después de llegar del partido de la NBA un poco contentilla. Pero bah, ella también lo come a cucharadas grandes que la pillé infragante en la cocina así que sin problema. Todo se queda en la casa. Quiere volver al estado de California para hacer un voluntariado como granjera. La encontré terriblemente atractiva. Madre mía. Yo y mis amores platónicos. Le haría el amor en la cocina. O que digo, le enseñaría lo que es un buen viaje sexual con una mujer. Totalmente. Bueno. Una canción empezó a sonar alto. Y cuando digo alto, es porque amortiguó mis pensamientos y volví al tiempo presente sobre la carretera.

Well I’m on my way
I don’t know where I’m going
I’m on my way I’m taking my time
But I don’t know where
Goodbye to Rosie the queen of Corona
Seeing me and Julio
Down by the schoolyard
See you, me and Julio
Down by the schoolyard

Y pensar que Lindsey cuarenta minutos atrás paró el coche hipnotizada bajo la energía de una viajera indomable que yo le transmitía

-¿Qué pasa?

-Una última aventura. No puedes abandonar Portland sin ver algo tan típico como esto.

-¡Me espera un avión!

-Vamos bien de tiempo. Créeme estamos muy cerca y no tomará mucho tiempo.

-Dale.

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