Amanda se levantó de la cama sobresaltada al escuchar a alguien forzar el pomo de la puerta principal de la casa. Encendió la luz de la sala, miró cautelosamente a través de la ventana de cristal y salió con precipitación.
-¡Lynete! ¿Qué diablos estás haciendo?
La noche era calurosa y el cielo estaba cubierto de nubes. Su amiga estaba ebria. Allí, estática. Enfadada con los astros. No había nada más que decir. Su novio la había dejado y estaba despechada. El gato de Amanda apareció entre los pies de Lynete camuflado entre la oscuridad. Este se abrió paso altivo y menando su lacia cola. La joven del pomo de la puerta se abrió paso a continuación. Abrió el grifo de la cocina con tal ferocidad que lo rompió. “¡Tengo muchísima sed, colega! ¿Qué pasa en tu casa… no tenéis agua de grifo o qué coño pasa?”. La chica que dormía apacible en su cama lo cerró con una calma que incitaba a entender que sobrellevaba la situación. “¡En serio! ¡Y aún lo cierras para matarme de sed! ¡Qué angustia la mía!”. Las gotas caían. Goteaban al ritmo de un reloj de cuco. No hay manera de arreglarlo. “Joder mi vida es un asco, ¡ni calmar mi sed puedo!” Entre tanto, el gato maúlla porque tiene hambre. Lynete abrió la nevera y comenzó a zampar todo lo que sus ojos veían. Huevos cocidos, las sobras de la taquería, el Gouda que llevaba dos semanas en la despensa… Las gotas del grifo caían aquella noche de sábado. Entre tanto, la luna atisbaba atrevida, blanca y pálida. La noche era calurosa y el cielo estaba cubierto de nubes.
El gato, una vez saciado, volvió a salir a la calle, caminando con cuidado y elegancia como si no quisiera ser un mero espectador de aquella mediocridad humana. Lynete se durmió en el sofá insto-facto. “Clap-clap-clap”, decía el fregadero con sus gotas al caer. Amanda tapó a su amiga con una manta. El olor a rancio y alcohol entraron por sus vías respiratorias. Sin embargo, inhaló la felicidad de poder compartir su casa, su hogar, su espacio… con alguien. La soledad la atormentaba como un fantasma que se reía de su propio fracaso de familia americana perfecta: el gato, su mujer, su hija, dos coches, una casa, un buen trabajo. Pero todo a la mierda. Se agazapó sobre la ventana y observó la luna medio encapotada por las nubes. Se tumbó sobre la cama, se puso su antifaz se echó a dormir.