A.

Amor-fatal

Hay muchos tipos de amores, pero al fin y al cabo, todos son amor.

 

Las copas están llenas de frambuesas disecadas que flotan envolviendo sugerentemente unas ramas de canela. Al fondo del local un grupo de jazz toca para nosotros. David me observa agradecido y me sonríe. Todo el recinto está lleno, pero un sitio medio a la penumbra está libre. Como siempre, comencé a hablarle de mis problemas con mi novia a mi amigo. Siempre podía contar con él. Sin embargo. No sé en qué momento de la conversación, David explotó y me soltó de pronto:

-He sido violado por mi hermano.

Hay muchos tipos de amores, pero al fin y al cabo, todos son amor.

 

Erin está online, un poco complicado conseguir que estemos conectadas al mismo tiempo en los dos extremos del continente. Cuando en España es por la tarde, en Carolina del Norte es de madrugada.

“Erin estoy sintiendo cosas hacia otra chica, es española. No lo entiendo. Tengo miedo”

“No lo pienses más, ataca. Vida sólo hay una April. En serio, ¿qué pierdes? Nada.”

 

Hay muchos tipos de amores. Amores fatal.

 

Estamos llegando hacia el final del trayecto. Las chicas parece que van a divertirse de fiesta. Me pregunto hace cuanto abandoné aquella sensación de frescura y espontaneidad que vibraba alrededor de ellas. Una burbuja irrumpible. Unas ganas de comerse el mundo indescriptibles.

-Sí pero esta chica es diferente. Esta es agresiva…- les suelto.

-¿Cómo que agresiva?- la media sonrisa había desaparecido de pronto de su rostro. Parecía desconcertada.

-Sí… Pero últimamente se está controlando. Me quiere. Sí. Eso. Me quiere.

Su cuerpo sobre mí. Su mirada, de ojos café, traspasando mi alma. Su sonrisa a la par que su respiración entrecortada me ofrece las puertas del cielo. Soy feliz en ese instante y quiero saborearlo. Después de la discusión parece que llega la calma. La invito al cine. Mi mano busca su mano. Ella la aparta. Siento un pinchazo en el pecho, un mal presentimiento. “¿Qué he hecho mal?” me pregunto una y otra vez entre tanto sigo la velada en silencio, sintiendo esa energía furiosa, los gestos brutos y las malas palabras. Tengo miedo a llegar a casa. Llegamos a nuestro humilde hogar construido a mis esfuerzos. Dejo las llaves en la mesa. Ella, detrás de mi, cierra de un portazo seco a la par de agresivo. Me coge por el cuello  y  se abalanza sobre mí para golpearme. Con cada golpe apenas puedo observarla. Va directamente a mi nariz y la zona de los ojos. Entonces es cuando intento retenerla torpemente. Mis gafas están en el suelo. Crujiendo bajo la suela de mis zapatos. Pero ella tiene más fuerza que yo. Es como si su ira le diera superpoderes. “Estabas mirando para otras chicas durante la película”, me repite una y otra vez enfurecida. Siento la sangre gotear por mi nariz llorando mi amor fatal y desgracia. Sé que me quiere sí. Y también yo a ella.

-¿Por qué no la denuncias?

-Al final la culpa sería mía… es tan guapa y parece tan modosita. Imposible. No se lo creerían.

-Escapa corriendo.

-Tenemos dos hijas, no es tan fácil. Decidme que también tenéis problemas de este tipo y no soy un pringado… Mirad, ya estamos cerca del Carmen, ¿a qué altura queréis que os deje?

Hay muchos tipos de amor, amor prohibido y lujurioso.

 

Acerco mi mano a la suya y le acaricio el dedo índice suavemente. No la aparta. Su respiración se entrecorta. La voz de Erin cobra vida “Ataca. Ataca. Ataca. No pierdes nada.”

-¿A qué altura queréis que os deje?- vuelve a repetir aquel taxista atormentado.

Se dispone a contestar y como un reflejo aparto la mano. Me mira y me sonríe. Odio cuando me mira así. Me tiemblan las piernas. Me pone realmente nerviosa. Odio tener sentimientos hacia alguien ¿Por qué ahora? ¿Por qué? Y con más motivo aún… ¿Por qué hacia otra chica?

 

Hay muchos tipos de amor, otros destructivos y de sangre.

 

-¡Hola David!

-¡Bea! ¡Qué rápido habéis llegado!

-Todo sea por despedirme de ti cabrito, esta es April.

-Encantado April.

-¿Estás preparado para tu aventura en Londres?- le suelto a mi amigo, al cual no sabría cuando volvería a ver.

-De aquella manera. Un poco nervioso, pero con ganas de currar ya sabes. Hay mucho de enfermería allá.

No puedo evitar verlo de reojo para reparar si está bien. Después de su confesión acordamos no volver hablar del tema de su trauma infantil. Me pregunto hasta qué punto mi amigo controla sus emociones. Me pregunto hasta que punto soy egoísta en aparecer con la chica que me gusta y no me atrevo a declararme. ¿Cuándo hablaba con el taxista se me estaba insinuando o era tan solo caricias para tranquilizarme ante mi inhóspita desesperación al no poder ayudar a aquel hombre maltratado por su mujer?

Hay muchos tipos de amores, pero al fin y al cabo, todos necesitamos a un buen amigo. Un hombro donde poder apoyarnos.

 

Encontramos un móvil en la cestita del Valenbici. Esas bicicletas públicas que funcionan por la ciudad de Valencia. Lo recogemos. Nos llaman unas chicas desesperadamente. Son alemanas y su español es algo torpe pero se nota que son estudiantes erasmus por su vocabulario tan expresivo y apropiado. Saltan de alegría y emoción al vernos con el móvil en la mano. Se lo entregamos. Nos regalan una tableta de chocolate Milka en muestra de su agradecimiento.

Nos alejamos y al voltearnos, observamos como gritan, saltan y se abrazan absorbidas por una excitación del momento.

Es entonces cuando April me acaricia otra vez la mano, como en el taxi, y me besa. Su beso es cálido. Juguetón. Ardiente de deseo guardado y sin consumirse. Y a la vez, con miedo a ser desaprobado por mis labios. Se lo devuelvo con ansia, le acaricio la cara. Me aparto y sonrío.

“¡Fuck, girl!” me espeta April mientras me aparto de ella para reírme de felicidad.

 

Hay muchos tipos de amores. Pero sólo hay un tiempo presente. Volátil. Que saboreamos como el primer beso. Y recordamos siempre. Hasta volver a caer en sus redes.

 

 

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E.

El Hombre del Vagón.

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En el vagón 53, asiento 3, observamos a un hombre con un traje beige y un sombrero a juego con una gruesa línea roja. Entre sus zapatos sostiene una maleta. Está ligeramente inclinado hacia delante. Está apretando algo entre sus manos. Parece el trozo de un papel, pero no. Es el envoltorio de un bombón. El plástico es azul brillante como cuando la noche comienza a llamar al día, y también contiene el trozo de papel que le separa de su envoltorio. Se detiene un momento a observar ese manojo de papel, lo va abriendo poco a poco con delicadeza. Parece que se detiene su mundo por un momento. Como si no existiera el reloj. “Parada Vigo”, con la mirada perdida se levanta del asiento, se introduce el bombón en la boca y se agacha a coger su maleta, se coloca bien el sombrero y se guarda el envoltorio en el bolsillo. Se vuelve a sentar No tiene destino. Se encuentra perdido, náufrago de su propio albedrío. Mientras el chocolate se deshace en su boca le vienen imágenes de ella a la mente. Y lo rompe, rompe el papel que lo recubría en dos partes que deja caer al suelo. Sus manos se posan sobre su cara en un primer instante, para luego apretar su rostro con ellas, mientras una lágrima salpica el suelo y este el zapato y del zapato de charol se desliza la gota hasta posarse en un “te” escrito.

Vemos otro trozo desde esa distancia, en el pasillo, a unos metros al lado del zapato izquierdo. Adivinamos que hay algo escrito.

De repente el papel desaparece. Es entonces cuando elevamos la vista a una gran suela de zapato. Tiene un chicle pegado. Y ahí es donde se perdió el papel. Un “quiero” corrido en tinta desaparece allí contra el asfalto y entre saliva y goma.

Se bajó el la siguiente estación y susurró “adiós”.

Él tenía pensado confesarse en su fiesta. Ella le había regalado un bombón igual que a todos los invitados. Lo que no supo es que ella le había escrito “te quiero” en ese papel.

Lo que nunca supo ella, es que él no lo había leído.

E.

EL PARAGUAS

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Adriana se pasea entre las sombras de la noche. Sí. Es alta. Muy alta. Tanto que siempre se pone calzado bajo para salir de fiesta. Su paraguas es negro. Y su cara dibuja la tristeza. Sus finos labios juegan a la amargura y sus negros se inundan y flotan como barcos de papel encharcándose poco a poco hasta caer en el olvido. Dice que le han robado. Gesticula poco, sus palabras nacen a partir de ligeros susurros. No entiende por qué la gente es tan mala como para robarle la chaqueta. Su cara es pura, limpia. Transmite sinceridad. Inocencia. Dan ganas de apoyarla y abrazarla. Sus amigos sabrían como ayudarla en un momento así. La llevarían a su piso de estudiante y le pondrían una película en la que el anti-héroe finalmente se llena de gloria. Y entre sueños y utopías se quedaría plácidamente dormida. Pero la calle es fría y llueve. “Ese paraguas no es tuyo”, le dice un desconocido. E incrédula observa el deterioro de su inocencia perdida. Allí presente, estaba su compañera de piso. Había visto a Adriana robar sin necesidad. En un supermercado, en una tienda de ropa, el papel higiénico del bar… Sí. Ella es alta. Muy alta. Pero ágil. Siempre fue deportista. Tiene los sentidos bien despiertos. “Copas de vino y chupitos de tequila para ahogar la vergüenza”, pensó.

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