B.

Bomba

“¡Extra, extra! ¡Una bomba en un coche mata a un hombre del pueblo de Porriño!”

 

Allí estábamos. Ella y yo, al frente del abismo. Éramos una bomba de reloj a punto de explotar. Sabíamos que lo nuestro era un imposible. Pero estábamos enamorados.

Siempre nos reuníamos en aquel parque. Un tanto arriesgado. Al otro lado de la calle estaban las chabolas, y al otro, la iglesia evangélica. Si nos íbamos más lejos, su madre echaría en falta su ausencia. Sus hermanos volverían de fútbol hambrientos y ella, junto con su madre, se encargaría de llevar a cabo todas las tareas del hogar. Incluida la cena, por supuesto. Ella ya estaba avisada de que no podría volverme a ver. Pero decir un adiós, ¡uf! Eso, era complicado. Son palabras mayores.

Un coche. El ruido de unas ruedas de goma sobre el asfalto. Unas deportivas asomándose por fuera  y derrapando contra la tierra mojada.

-¡Johny, pásame eso!- le indica el joven de corta edad al otro, más pequeño todavía. Parece asustado.- ¡Jooohnyyy!

-Voy… Voy…

Este último parece inquieto. Sus movimientos son torpes y sus dedos se entrelazan y se estrujan entre sí. Si hubiera un tomate de por medio, sería ya puré listo para untar. Sus ojos observan cada lado, como el árbitro de un partido de tenis.

-Nos van a pillar…

-No digas tonterías. Esos dos piensan que estoy en el fútbol. Tranquilízate un poco.

-¿Y la policía?

– Tranquilo Johny, de eso se encargan el resto. No me interrumpas más, que esto casi está listo. Ese payo no va a deshonrar, a mi hermana.

 

Se acercan las siete y media. Las agujas del reloj entran a trabajar.

Su figura a lo lejos se gira y me sonríe. Abro la puerta, tomo asiento y enciendo el motor.

Explosión de sensaciones.

Lo nuestro es imposible, lo sé. Pero estamos enamorados.

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L.

La loca de la ambulancia

Este año no parece que vaya a tener una fiesta de dimensiones considerables. Para empezar, Carla ha marchado a Porto, y Tegan está en urgencias acompañando a su prima borracha a punto del borde del coma etílico. ¿Y Ricardo? Ricardo cómo siempre está atrincherado en su mundo, que no es otra cosa que sus exámenes y novios problemáticos y, por tanto, no sale ni para tomar las uvas, no vaya a ser que se atragante o se quede sin aprobado y sin pinchito.

Llegamos a la altura de la discoteca del pueblo, a ver a que conocido podría llegar a ver por allí. De pronto, aparece Mara, la última persona de la faz de la tierra que hubiera querido encontrarme allí, el uno de enero del 2015. Va acompañada por su novio Javi. Llevan cuatro días pero sólo hacen publicar fotos de su amor eterno en Instagram y exhibirse semi-desnudos en la bañera y en la cama. Son el hazme reír del pueblo. Se acerca a nosotros muy prepotente, propio de ella, cosa que no sé es si es debido a su estatus social o por qué iba muy agarrada y segura del brazo de aquella lapa sin cerebro. Él no toma juicio ni entiende. Sólo hace lo que ella le ordena.

Se queja de que no le hago caso desde que se rompió la relación con nuestra amiga Carla. La defiendo claro está, si fue ella quién la dejó, y de pronto aparece la cara de Javier escupiéndome a la cara a la par que me explota mil tonterías sin sentido.

Mi tranquilidad en un pozo, ¿por qué siempre pago el pato por circunstancias de la vida que se presentan a mis amigos? Apenas escucho lo que me dice, sólo quiero escapar de allí. Me giro y Aroa está grabando con el móvil. Pues qué bien. Video de año nuevo en el pueblo. A ver si compito con los afamados videos de las campanadas de toda Andalucía. Oye, nunca se sabe. Pero no lo creo. Esto es interés de alguien que le guste los problemas y no la risa.

Les intento explicar que me dejen tranquila, que mi amiga es Carla y que no insulten ni falten el respeto a alguien que conozco desde los cuatro años y que es buena persona. No es ninguna ciencia de que a Mara le falta un tornillo y que miente más que habla. Me pregunto si Javi sabrá la verdad, o simplemente disfruta insultando y amenazando a una mujer sola en medio de la calle. La verdad no sé qué hago allí. Como bien comenté antes “ni toma juicio ni entiende”, es como hablar con un mono sin cerebro que sólo busca marcar el territorio en la selva animal. Me pregunto hasta qué punto son felices viviendo así. Me pregunto por qué de repente soy como un mero espectador observando aquella escena en la que intentaban absorberme pero que eran incapaces ante mi pasotismo.

De pronto Mara se aleja, se tira al suelo con la mayor de las delicadezas posibles y comienza a temblar. Cómo si su cuerpo se agitase contra el asfalto. Sus ojos están cerrados y su lengua parece que la va a atragantar. Parece una pescadilla en la orilla del mar perdiendo el oxígeno e intentando volver al agua. Carla me habló de esto. Que ella hace todo lo posible por provocárselos, así llamar la atención y conseguir sus propósitos, ¿pero hasta qué punto es real y hasta qué punto no?

Llaman a la ambulancia. Javi grita cómo un animal “¡qué venga una ambulancia, joder, mi novia se muere!”. Una y otra vez. Parece que no sabe que está en un pueblo y que grita a las paredes. Más útil sería que llamase por un móvil o pidiera ayuda. Sin embargo, está más centrado en pelearse conmigo que de cuidar de ella. De la mujer de su vida que le hace fotos en la bañera. Ni siquiera deja que la socorre. Directamente no sé lo que quiere. Irá “encocado”. O yo que sé. Pero si son felices juntos como dicen en las redes sociales que me dejen tranquila. Menos mal que no está Carla. Irían a por ella, y ni ha roto un plato la pobre.

Viene la ambulancia y de pronto “la chica desvalida” parece que abre un ojo e insiste para que vaya con ella. Digo que no, que vaya su novio. Ni se inmuta. Incluso parece que él no quiere ir.

Se la lleva la ambulancia y Carla se convierte en Trending topic en el pueblo por las redes sociales. Hay videos y todo de Aroa. Me pregunto hasta que punto alguien puede vivir de esta manera: buscando problemas y sin hacer otra cosa en su vida que llamar así la atención de toda persona que la rodea.

Las reflexiones no valen de nada. Mi tranquilidad en un pozo, sola, aburrida, borracha y con malas vibraciones y un susto de narices traspasando mis nervios hasta la médula. Y para colmo, mi novio me deja por cumplir su sueño de músico egocéntrico. Chupitos de tequila y a dormir la mona, al fin y al cabo, el año no empieza hasta que es día siete de enero. O eso dicen.

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T.

Tengo tres voces en la cabeza

Tengo tres voces en la cabeza, una dice huye, vete, escapa.

 

Estoy en el recreo. En el patio trasero. El de los pequeños. Claro, sólo tenemos cinco años. Estoy con mis amigas. Una de ellas, Larisa, ha traído el pintalabios de su hermana mayor. Que graciosas son, parece divertido. Yo también lo hago. Mis manos no son tan delicadas y finas como las de ellas.  Y Al pintarme, me salgo de la comisura de los labios. Se ríen, al parecer parezco un payaso como los de la tele. Nos paseamos por el recreo, somos como chicas mayores. Pero los chicos se mofan de mí. Me señalan con el dedo. No entiendo por qué. Es de mala educación.

Tengo tres voces en la cabeza, otra está llena de ira, una voz en tono furioso de alguien que ha sido tratado injustamente, que tiene que defender su verdad para no ser aniquilado.

 

–¡Aaah, Pedro es maricón!

Estoy en el coche con Larisa. Me siento aniquilado, humillado. Tengo mucha ira. Ella no sabe qué hacer, está pálida y le pregunta a su hermano de donde ha sacado eso. Sus padres permanecen callados, y avergonzados. Simón sólo tiene cinco años. Nosotros quince. Dice que se lo ha escuchado decir en el colegio seguro que se lo dijeron. Los que siempre se meten conmigo. Mi ira se convierte en angustia contra mí. Y en silencio, me voy a casa. A estudiar, mientras tanto. Para intentar olvidar, que soy un cobarde.

La otra voz, de las tres que tengo, dice que todo está bien, en calma, como un río hace su cauce. La oigo pero no la escucho, es tan lejana…

 

-¡Enhorabuena Pedro! ¡Matrícula de honor!

Estudio. Y estudio. Mientras leo, las voces no hablan. Mi mente solo oye las palabras que brotan de los libros. Me siento a salvo. La universidad será mi mezquita. Algún día seré alguien importante.

 

Tengo la pistola en la cabeza. Sobre la sien. Estoy en mi despacho. Aparto la cortina. Se asoma una leve luz detrás de las nubes. Roja, cálida. Está anocheciendo. Ya entiendo porque la tercera voz sonaba tan a lo lejos… a lo lejos. No tenía razón. He estudiado, soy alguien más o menos importante. Sin embargo sigue ese vacío en mi interior.

Estoy en mi  clase. ¡Míralos! todos me admiran. Admiran a su profesor de ciencias políticas de la facultad. Hasta viene gente de fuera, de otras aulas y de otros cursos a participar en mis clases. Al parecer les parecen graciosas, originales, satíricas…

–El siglo de Luces nunca existió. Rousseau y demás eran los que tenían las luces en la cabeza. No sé por qué os enseñan mentiras, así va el mundo.

–¿entonces todo lo que hemos aprendido hasta ahora es mentira?

Todos se ríen. Y es entonces cuando dibujo una sonrisa tras la comisura de mis labios.

–No, todo no. Menos sumar y restar.

Quiero acabar con esto, con esas voces.Pero a la vez tengo miedo.

 

Aquella noche Pedro no regresó a su casa. Su mujer se cansó de llamarlo. La cena estaba fría. Igual que su relación en los dos últimos años. Se acostó sobre la cama. Sus manos acariciaban las sabanas donde debía estar el cuerpo de su marido mientras escuchaba el tic-tac del reloj como un golpe incesante e impertinente sobre su sien.

Lo que no supo era que nunca lo volvería a ver.

A la mañana siguiente la policía avisó a Isabel de lo acontecido. Y ésta, incrédula, se derrumbó, desde dentro, hasta romper a llorar. Mientras tanto, en la facultad todos sus alumnos habían ido en traje y corbata para darle una sorpresa a su profesor.

 

Lo que no sabían es que éste no aparecería a despedirse en su última clase.

 

Cinco manzanas más lejos se encontraba un hombre sentado sobre el pavimento de la acera. Abatido. Con el corazón roto reflejado en sus ojos. Un familiar de la mujer del fallecido.Y amante de éste, a su vez.

¡Pobre Pedro Ramilo! ¡Tan atrincherado en su mente que no supo apreciar los pequeños detalles de la vida!

El miedo. La enfermedad del siglo veintiuno.

 

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