L.

Las gafas perdidas (desaparecidas en su defecto)

¿Qué te manda pagar las gafas? Si no las has perdido tú. Cuenta mejor la historia… cuenta, cuenta.

Que sí, a ver estábamos todos allí sentados al sol con las tapas y haciendo fotos… dijo que hiciéramos unas cuentas con sus gafas puestas y fueron de cabeza en cabeza.

Si es cierto… ¿y te echa a ti las culpas?

Sí, al parecer porque fui la última con ellas puestas.

¿Estabas tú sola con ella?

No, no. Estaba Nicolás, dado que estábamos visitando su pueblo, Paola (su amiga) y María, mi compañera de clase.

Habla con ellos y que te den su opinión.

 

 

¡Qué haría sin los consejos de mi amiga Laura!

Vamos a recopilar opiniones de los testigos….

Paola

Pues yo creo que no deberías pagar las gafas Dana. No las has perdido tú. Pudo haber sido cualquiera, o incluso ella. O las robaron incluso si las dejamos apoyadas sobre la mesa.

María

¿Que te manda pagarlas enserio? Esta niña no tiene vergüenza.

Nicolás

A mí me parece que tenéis dos puntos de vista totalmente diferentes. Ella piensa que las has perdido tú y que tienes que asumir todas sus consecuencias mientras que tú no sientes en ese deber porque no opinas lo mismo. Situación complicada. Todo es hablarlo.

Marie es mi compañera de piso. Así que tengo un problema.

Vamos a recopilar información…

El día susodicho fue en el mes de septiembre en el pueblo alicantino de Nicolás. Íbamos de visita. Cual turistas. Igual.

Paseamos y comimos en el único bar del pueblo (sólo tiene 80 habitantes). Ahí es dónde (yo, y por lo que parece el resto de testigos) vimos las gafas por última vez. Y muy a mi pesar, sobre mi cabeza.

El momento en el que Marie echa de menos las gafas es cuando estamos subiendo la montaña. Dos horas después. “Oh, no mis gafas no están, ¿Dana las tienes tú?”.

Momento en que comienza la tensión en casa…

Estoy sentada feliz en mi habitación leyendo y escribiendo . Estoy apoyada contra la pared y tumbada a la vez en la cama.

Irrumpe en mi cuarto Marie. Muy simpática. Toda feliz me enseña sus nuevas gafas me las pone y me dice: “¡Foto! ¡Ay que guapa, voy a colgarla en Facebook!” “¡Vaya!”Ya no se encierra tanto en su cuarto, parece que ya se empieza a soltar con el español”, pienso. Es entonces cuando se sienta en el borde de la cama y con una mirada hipnotizadora me dice sin que le tiemble la voz un segundo: “Dana como me perdiste las anteriores me tienes que pagar estas. Son 40 euros. Me los puedes dar mañana no pasa nada, que ahora es tarde.” Y se van tal feliz del cuarto, con la cabeza alta y su afilada.

Me quedo petrificada y no digo nada. Mi cabeza no funciona en ese momento. Se va feliz y campante. Sólo pienso en  lo tonta que soy… Sí… en pensar que mi compañera de piso sólo quería ser mi amiga.

Al cabo de unos minutos la fotografía está subida en mi muro de Facebook. Amigos y familiares le dan a “me gusta”. Menuda se ha liado. Es 21 de diciembre, finales de mes, gastos y tengo que pagar por algo que no he perdido. Esto es muy políticamente incorrecto, pero a mi pesar, tengo un problema.

 

¿Qué que te ha dicho Marie?

Eso, lo que escuchas

Uf… si es tan directa escribe una carta y fuera.

 

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S.

Se nos ha ido de las manos

_C277340Yo también pienso en cómo será el futuro. No me malinterpretes. Sin embargo no merece la pena darle muchas vueltas. Mientras nos mareamos no vivimos. Y si no lo hacemos no te tengo aquí conmigo, entre mis brazos.

  • ¡Fuuufuufuuu-ego! ¡Fuego!

Te precipitas sobre el fuego con la almohada apagándola. Apagando  la llama de nuestro deseo. Allí alzándose, observo los movimientos de tus brazos sobre él. Golpeando con todas tus fuerzas. Yo estoy en estado de shock. Y realmente no soy consciente de lo que ocurre. Para qué engañarme. Ni del peligro que corremos.

Lo apagas y te sientas. Y lo analizas: el cojín caído sobre la estufa de los años 70. El olor a quemado, el humo y la ventana abierta.Los restos de algodón quemado y tus tres quemaduras en el brazo.

Y es entonces cuando nos encontramos con la mirada y rompemos a reír de felicidad sin querer  evitarlo.

Entre tus brazos soy más libre que nunca. En ese breve instante que dices que te gusto y tus labios juegan a cautivarme. Y me abrazas, me besas y me aprietas contra tus pechos.

Siento tu piel contra mi piel. Siento tu calor. Tu olor.

-Podríamos haber muerto.

-Se nos ha ido de las manos.

R.

RyL

Me llamo “R”, y junto con “L”, anglicismos de “Right” y “Left”, respectivamente, aislamos a la gente de su realidad para ayudar a que se focalicen en su mente sus sueños y deseos más profundos.  Concretamente a nuestros dueños, claro.

Ana se ha roto la pierna y la tiene enyesada. No sé si la tiene llena de dibujos y garabatos de sus amigos, a excepción que lo leyese claro. Tanto yo, “R”, como “L”, somos ciegos. Y poco podemos, por tanto, y muy a nuestro pesar, aportar información al respecto.

Sus movimientos son torpes desde aquella caída en bicicleta. Ana iba muy bebida. ¡ Y tanto ! Se cayó colina abajo del río Turia. Aún tuvo suerte – o no– depende como se mire. Con que la policía  no la multase por conducir bajo los efectos del alcohol. Pero eso es otra historia.

Nosotros la aislamos del bullicio presente en la cafetería de su facultad. Demasiada muchedumbre, ruido de pasos, de sillas arrastradas, palabras y griteríos en  valenciano, platillos apoyando tazas, la máquina del café en funcionamiento, la caja abriéndose y cerrándose…

En cambio, Ana, parece que no forma parte de aquello. Está ahí con nosotros y “The Beatles” estudiando Geografía política. Ella piensa que el “karma” le ha dado una lección y que tiene que centrarse en sus estudios.

Suena el timbre. Se levanta de su silla, y en esto, aparece él.

  • ¿Quieres que te ayude a llevar las cosas?

  • Ella sonríe tímidamente.

  • ¿ Cómo llevas el examen?

En un abrir y cerrar de ojos Ana se había ido dejándonos allí. En la mesa, olvidados de la mano de Dios. Ya no le éramos útiles. Ya no nos necesitaba. No, definitivamente, no.

El camarero observa el vacío. Mirada perdida y fija en el horizonte. Balbucea algunas palabras para sí mismo.

-¡ Domingo ! ¡ Limpia la mesa número 4 !

– Ya va… ya va… Felipe, ya va…

Pasa el paño húmedo y este tropieza contra un objeto. He aquí, el momento en el que nos encuentra el empleado.¡ Dios ha escuchado nuestras plegarias!

Quedan treinta minutos exactos para verla. Se quita los cascos de los bolsillos y se los coloca en los oídos. Así limpia el suelo de detrás del mostrador al ritmo del blues.  Eso sí, sin antes peinarse el cabello y  sacar el desodorante escondido de la despensa. En estos casos es muy importante. Tararea en alto. El jefe se ha ido y puede darse el gusto. Mientras tanto, piensa en ella. En aquella mujer madura y misteriosa para sus ojos. (Ya que nosotros,” R”y “L”, no la podemos ver).

La imagina cercana. Su cabeza apoyada contra su pecho por la mañana. Besos pasionales. Con la lengua. Agua de la ducha, caliente, como sus cuerpos cayendo sobre ellos.

  • Un quinto sin alcohol, por favor,

El arcoíris dibujado en su sonrisa.

-Tome. Unas olivas. Invita la casa.

El roce de sus manos con el cambio de cinco euros hace que acaricie el cielo.

“Mañana más y mejor”, pensó. Cerró la cafetería bajo cerrojo. Tras saludar al vigilante nos metió en sus bolsillos y salió a la entrada a fumar.

Ahí fue cuando caímos al suelo y quedamos perdidos, una vez más, de la mano de Dios.

La señora de la limpieza, la del turno de la noche, nos encontró. Está tan acostumbrada a fijarse en el suelo que no tardamos ni medio segundo en cambiar de manos. Esta vez, sí. Dios escuchó nuestras plegarias. ¡Y a través de la vía rápida!¡Y tanto… ¡Vamos!

Nos dirige hacia los servicios de mujeres. Allí podrá usarnos sin preocuparse si al de vigilancia

Nos dirige hacia los servicios de mujeres. Allí podrá usarnos sin preocuparse si al de vigilancia se le aprietan las ganas de ir al baño.

Nos conecta a su móvil. Pone “El Lago de los Cisnes”  y entramos en contacto con su mente.

Sus movimientos son torpes, pero no importa. Es feliz. Lleva un tutú rosa, pelo recogido en un moño y mallas. Unas voces ganan fuerza. Es la profesora Roberta. Le riñe. Le dice que tiene que mejorar su técnica. ¡Nunca pensó que fuera a añorar aquello! ¡Bella juventud perdida!

Aquella en la cual no supera ni el metro cincuenta, ni en aquella en la que se le presentan unos senos crecidos y turgentes. Pero no importa. Allí, al igual que nuestros anteriores dueños, en nuestro mundo compartido, ella es feliz.

En el lavabo de hombres, quedamos olvidados de la mano de Dios, y esta vez para caer en las manos del vigilante… Que Dios se apiade de nosotros…

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