Rajoy, con su cabeza bien colocada y mullida sobre la almohada, cierra los ojos pero no duerme. Está esperando el puñetazo proclamado. Y cuando siente que se aproximan los nudillos del chaval a su cara, simula en su mente que en tres ovejas oníricas más, el trankimazin le habrá hecho efecto y empezará a ahondar dentro un sueño casi e idílicamente profundo. En el fondo lo sabe. El puñetazo no duele. Duele ser presidente en funciones. Y eso, no hay trankimazin que lo alivie.