Sus yemas acarician el envoltorio con delicadeza. Lo abre con parsimonia. Rosa. Rosa chicle fluorescente. Los rayos de luz caen sobre él como lluvia fina de serpentinas. Imágenes de algodones de azúcar azotan su mente. Fiestas del pueblo. Ambiente carnavalesco. La mano de papá arrugada y áspera contra la suya. Los cabezones. Pis en los pantalones. Imágenes borrosas de una juventud perdida ya.
El pedazo rosado, la píldora de la nostalgia, es introducida en su boca.
“Clac-clac-clac-clac”. Chirría su mandíbula. “Qué complicado es esto de hacerse mayor”, piensa. Y una voz acude a su cabeza. Es su médico. “Rodrigo no mastique chicle, ¡su artritis en la mandíbula es muy pronunciada ya!” “Estúpidos médicos. Qué sabrán ellos”, piensa.
Juega con su lengua, e inclina sus labios con delicadeza hacia delante en forma de “o”. Un globo va tomando forma intimidando con desprender el ancla que lo ata a la superficie. Sueña con flotar entre algodón de azúcar. La calma impoluta. Rosa. Rosa chicle fluorescente. Los rayos de luz caen sobre él como lluvia fina de serpentinas. Cada vez la burbuja es más amplia, más circular.
Se siente observado. El niño que está sentado en el banco situado enfrente de él lo señala con el dedo índice y tira del vestido de, por su aparente edad y afinidad, su abuela. Habrán ido al parque a pasar la tarde. Eso parece. Nuestras miradas se cruzan. “Qué complicado es parecer que no te está permitido ser libre como cuando eras niño”, piensa. Entonces explota en su cara la pompa de aquel chicle. Y unas manos ásperas le ayudan. En su mente, su padre cobra vida. Ante sus ojos, aquella dulce señora revoloteaba vivaz, preciosa y cercana. “¿Qué podría hacer? ¿Proponerle salir? ¡Sentía cosas que nunca imaginó volver a sentir! ¿Acaso el fuego de la pasión azotaba su viejo y triste cuerpo? ¡Qué complicado es sentirse vivo cuando sólo se espera otro día mediocre sin más!”, pensó.