Más letreros sobre Orlando. La sociedad humana es un disparate. Mi cuero cabelludo empieza a engendrar calor, y la piel de la raya del cabello comienza a enrojecerse. Además es mediodía; la necesidad de ir a la sombra es intensa. Sin embargo, no quiero perderme el desfile ni por un segundo. Los deseos podían esperar. Drag queens desfilando. Los trenes eléctricos con banderas. Apple, Facebook y sus respectivos trabajadores y amigos se pasean con orgullo ante la excitación del público. Era como oler el éxito y no poder tocarlo.
-¿Cuánto dura la parade?
– No sé. Creo que lleva retraso. Me pareció escucharlo a uno de Staff.
-Si te cansas avisa. Es que me encanta.
Tengo la fuerte impresión de que María y yo no tenemos nada que ver la una con la otra. Sin embargo no me importa. Y creo que ella siente lo mismo. Esa bella indiferencia. Queríamos compañía. Y ya está. Esta chica, sea quien fuere en España, ha tenido muy mala suerte, y ha decidido evadirse de todos y de todo en San Francisco. “Necesitaba tiempo para mí”, me dijo mientras merendábamos. Ya que cuando te mudas a un nuevo país todo es cuestión de hacer amistades y de explorar barrios y puestos, o así parece ser, decidimos ir directas al recinto a buscar nuevas emociones. Para aquel centenar de personas aquí presentes, bien disfrazadas, o bien vagabundos callejeros cuyo techo son calles meadas de San Francisco, quizás aquello no era tanta novedad como para nosotras. O quizás sí.
-Me daría vergüenza ir así vestida.
-¿Así como?
-Pues como van muchas chicas aquí. Con el torso desnudo. En bragas. O yo que sé.
-Yo iría. ¿Quién te conoce aquí?
María se rió.
-Ya. Tienes razón.
¿Por qué o para qué preocuparse? ¿Por qué tanta necesidad de temer al qué dirán? Y es ahora cuando un hombre totalmente desnudo se cruza en nuestro camino. ¿Ha sido aquel hombre uno muy reprimido alguna vez en su vida? Sus ojos brillan de felicidad. “Happy Pride!”, nos dice al cruzarse. Como mucha otra gente. Feliz orgullo por aquí, feliz orgullo por allá. Sonido de una púa al agitar las cuerdas de una guitarra eléctrica. Empieza el primer concierto.
-Este rock es muy lento.
-A mí me gusta.
-Vamos al otro escenario. Ayer estaba guay.
-Como quieras. Pero este me gusta.
Fuimos al otro escenario cuyos anfitriones eran la comunidad latina. La calidad del escenario era mediocre. Al igual que el equipo de música y el deejay. Este último por supuesto. Aunque le ponía empeño y a la gente parecía gustarle.
-No mola.
-Espera, seguro que se pone interesante.
Pero las chicas bailan regueaton. Los chicos observan. Casi nadie bebe alcohol comprado del recinto. Más bien petacas escondidas en algún bolsillo o bolso. Me pregunto cómo consiguieron pasarlas por el control. Parece que nos hemos teletransportado a otro país directamente. Hay algún que otro norteamericano con la barriga al aire bailando y sonriendo ante aquel espectáculo placentero que les proporciona ver a las chicas dar vueltas liberadas o moviendo seductoramente sus caderas. ¡Qué bonito sería ver a todos mezclados y no tanto separatismo! Sin embargo, he de admitir que allí me aburría.
-Esta música no es para mí.
–Okay, volvamos.
La sed nos arrastra hasta el puesto de cerveza. Cuando mi pasaporte cae sobre las manos del empleado, este muestra cara de desconcierto.
–Here– le indico.
-No te preocupes. Es que se asustan al ver el pasaporte. No lo entienden. Yo enseño mi carnet de conducir de California.
-Ah. Vale, guay. Cuando me examine haré lo mismo.
Cerveza artesana IPA en mano. Alegría, alegría. Muchas chicas de la comunidad gay sentadas en el césped bebiendo, charlando o bien tomando el sol. A mano derecha el escenario con música en directo y de calidad. Hay muchas interesantes. Y guapas. Para qué negarlo. Banderas y más banderas de arco iris. ¡El sueño de cualquier gay!
–Happy Pride!
–Happy Pride!
Y brindamos.