S.

Se nos ha ido de las manos

_C277340Yo también pienso en cómo será el futuro. No me malinterpretes. Sin embargo no merece la pena darle muchas vueltas. Mientras nos mareamos no vivimos. Y si no lo hacemos no te tengo aquí conmigo, entre mis brazos.

  • ¡Fuuufuufuuu-ego! ¡Fuego!

Te precipitas sobre el fuego con la almohada apagándola. Apagando  la llama de nuestro deseo. Allí alzándose, observo los movimientos de tus brazos sobre él. Golpeando con todas tus fuerzas. Yo estoy en estado de shock. Y realmente no soy consciente de lo que ocurre. Para qué engañarme. Ni del peligro que corremos.

Lo apagas y te sientas. Y lo analizas: el cojín caído sobre la estufa de los años 70. El olor a quemado, el humo y la ventana abierta.Los restos de algodón quemado y tus tres quemaduras en el brazo.

Y es entonces cuando nos encontramos con la mirada y rompemos a reír de felicidad sin querer  evitarlo.

Entre tus brazos soy más libre que nunca. En ese breve instante que dices que te gusto y tus labios juegan a cautivarme. Y me abrazas, me besas y me aprietas contra tus pechos.

Siento tu piel contra mi piel. Siento tu calor. Tu olor.

-Podríamos haber muerto.

-Se nos ha ido de las manos.

R.

RyL

Me llamo “R”, y junto con “L”, anglicismos de “Right” y “Left”, respectivamente, aislamos a la gente de su realidad para ayudar a que se focalicen en su mente sus sueños y deseos más profundos.  Concretamente a nuestros dueños, claro.

Ana se ha roto la pierna y la tiene enyesada. No sé si la tiene llena de dibujos y garabatos de sus amigos, a excepción que lo leyese claro. Tanto yo, “R”, como “L”, somos ciegos. Y poco podemos, por tanto, y muy a nuestro pesar, aportar información al respecto.

Sus movimientos son torpes desde aquella caída en bicicleta. Ana iba muy bebida. ¡ Y tanto ! Se cayó colina abajo del río Turia. Aún tuvo suerte – o no– depende como se mire. Con que la policía  no la multase por conducir bajo los efectos del alcohol. Pero eso es otra historia.

Nosotros la aislamos del bullicio presente en la cafetería de su facultad. Demasiada muchedumbre, ruido de pasos, de sillas arrastradas, palabras y griteríos en  valenciano, platillos apoyando tazas, la máquina del café en funcionamiento, la caja abriéndose y cerrándose…

En cambio, Ana, parece que no forma parte de aquello. Está ahí con nosotros y “The Beatles” estudiando Geografía política. Ella piensa que el “karma” le ha dado una lección y que tiene que centrarse en sus estudios.

Suena el timbre. Se levanta de su silla, y en esto, aparece él.

  • ¿Quieres que te ayude a llevar las cosas?

  • Ella sonríe tímidamente.

  • ¿ Cómo llevas el examen?

En un abrir y cerrar de ojos Ana se había ido dejándonos allí. En la mesa, olvidados de la mano de Dios. Ya no le éramos útiles. Ya no nos necesitaba. No, definitivamente, no.

El camarero observa el vacío. Mirada perdida y fija en el horizonte. Balbucea algunas palabras para sí mismo.

-¡ Domingo ! ¡ Limpia la mesa número 4 !

– Ya va… ya va… Felipe, ya va…

Pasa el paño húmedo y este tropieza contra un objeto. He aquí, el momento en el que nos encuentra el empleado.¡ Dios ha escuchado nuestras plegarias!

Quedan treinta minutos exactos para verla. Se quita los cascos de los bolsillos y se los coloca en los oídos. Así limpia el suelo de detrás del mostrador al ritmo del blues.  Eso sí, sin antes peinarse el cabello y  sacar el desodorante escondido de la despensa. En estos casos es muy importante. Tararea en alto. El jefe se ha ido y puede darse el gusto. Mientras tanto, piensa en ella. En aquella mujer madura y misteriosa para sus ojos. (Ya que nosotros,” R”y “L”, no la podemos ver).

La imagina cercana. Su cabeza apoyada contra su pecho por la mañana. Besos pasionales. Con la lengua. Agua de la ducha, caliente, como sus cuerpos cayendo sobre ellos.

  • Un quinto sin alcohol, por favor,

El arcoíris dibujado en su sonrisa.

-Tome. Unas olivas. Invita la casa.

El roce de sus manos con el cambio de cinco euros hace que acaricie el cielo.

“Mañana más y mejor”, pensó. Cerró la cafetería bajo cerrojo. Tras saludar al vigilante nos metió en sus bolsillos y salió a la entrada a fumar.

Ahí fue cuando caímos al suelo y quedamos perdidos, una vez más, de la mano de Dios.

La señora de la limpieza, la del turno de la noche, nos encontró. Está tan acostumbrada a fijarse en el suelo que no tardamos ni medio segundo en cambiar de manos. Esta vez, sí. Dios escuchó nuestras plegarias. ¡Y a través de la vía rápida!¡Y tanto… ¡Vamos!

Nos dirige hacia los servicios de mujeres. Allí podrá usarnos sin preocuparse si al de vigilancia

Nos dirige hacia los servicios de mujeres. Allí podrá usarnos sin preocuparse si al de vigilancia se le aprietan las ganas de ir al baño.

Nos conecta a su móvil. Pone “El Lago de los Cisnes”  y entramos en contacto con su mente.

Sus movimientos son torpes, pero no importa. Es feliz. Lleva un tutú rosa, pelo recogido en un moño y mallas. Unas voces ganan fuerza. Es la profesora Roberta. Le riñe. Le dice que tiene que mejorar su técnica. ¡Nunca pensó que fuera a añorar aquello! ¡Bella juventud perdida!

Aquella en la cual no supera ni el metro cincuenta, ni en aquella en la que se le presentan unos senos crecidos y turgentes. Pero no importa. Allí, al igual que nuestros anteriores dueños, en nuestro mundo compartido, ella es feliz.

En el lavabo de hombres, quedamos olvidados de la mano de Dios, y esta vez para caer en las manos del vigilante… Que Dios se apiade de nosotros…

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B.

Bomba

“¡Extra, extra! ¡Una bomba en un coche mata a un hombre del pueblo de Porriño!”

 

Allí estábamos. Ella y yo, al frente del abismo. Éramos una bomba de reloj a punto de explotar. Sabíamos que lo nuestro era un imposible. Pero estábamos enamorados.

Siempre nos reuníamos en aquel parque. Un tanto arriesgado. Al otro lado de la calle estaban las chabolas, y al otro, la iglesia evangélica. Si nos íbamos más lejos, su madre echaría en falta su ausencia. Sus hermanos volverían de fútbol hambrientos y ella, junto con su madre, se encargaría de llevar a cabo todas las tareas del hogar. Incluida la cena, por supuesto. Ella ya estaba avisada de que no podría volverme a ver. Pero decir un adiós, ¡uf! Eso, era complicado. Son palabras mayores.

Un coche. El ruido de unas ruedas de goma sobre el asfalto. Unas deportivas asomándose por fuera  y derrapando contra la tierra mojada.

-¡Johny, pásame eso!- le indica el joven de corta edad al otro, más pequeño todavía. Parece asustado.- ¡Jooohnyyy!

-Voy… Voy…

Este último parece inquieto. Sus movimientos son torpes y sus dedos se entrelazan y se estrujan entre sí. Si hubiera un tomate de por medio, sería ya puré listo para untar. Sus ojos observan cada lado, como el árbitro de un partido de tenis.

-Nos van a pillar…

-No digas tonterías. Esos dos piensan que estoy en el fútbol. Tranquilízate un poco.

-¿Y la policía?

– Tranquilo Johny, de eso se encargan el resto. No me interrumpas más, que esto casi está listo. Ese payo no va a deshonrar, a mi hermana.

 

Se acercan las siete y media. Las agujas del reloj entran a trabajar.

Su figura a lo lejos se gira y me sonríe. Abro la puerta, tomo asiento y enciendo el motor.

Explosión de sensaciones.

Lo nuestro es imposible, lo sé. Pero estamos enamorados.

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