Érase una vez una adolescente enferma. Érase una vez unos padres desesperados. Y érase una vez un médico miserable, pero afamado.
-Necesito quedarme a solas con la paciente. Podéis iros y esperar en la sala de espera.
-Vale.
Y es entonces cuando sus padres atravesaron aquella puerta. Y es entonces cuando él le desabrocha el sujetador “porque era necesario” para “masajear” sus pechos. Y es entonces cuando la besa en la boca. Suave muy suave. Cómo si sus labios fueran de papel. Y es entonces cuando baja su mano por dentro de las bragas pero sin llegar a masturbarla. Ella muda y presa del miedo no hace nada. Siente calor en sus mejillas y la extraña sensación de que es imposible que le esté ocurriendo aquello y que pronto todo volverá a la normalidad. Un golpe de viento azota aquella puerta que los separa del mundo real. Él se sobresalta. Sabe que hace daño. Claro que lo sabe. Pero le da igual. “Sé que nunca dirás nada por tu carácter.”, le dice al oído.