Hay cuerpos que son como armas. Creedme. Hablo de aquellos —sin alma— que os desgarran la carne hasta dejarse entrever la pálida fascia que separan vuestros tejidos sonrojados. Hay cuerpos que son como armas. Creedme. Te intoxican el cerebro hasta atormentar vuestros pensamientos. Estos vuelan inocentes hasta ser apresados y analizados sobre la mullida almohada. Entre tanto, la luna es clara y limpia. El cielo no llora. La primavera es. Hay cuerpos que son como armas. Creedme. Os desfloran de tal modo que no vuelve esa forma pura y virgen de vosotras mismas. —Y no hablo del himen, pero también. —Hay cuerpos que son como armas. Creedme. Se sellan en la memoria y arrancan con sus garras y cuchillas las costras de vuestras heridas.
Los cuerpos arden con el fuego,
Adiós cuerpo, adiós.
Pero su memoria nada por siempre en vuestros pensamientos.
Y cuando despertáis, con la cabeza sobre la almohada, ya sois otra versión de vosotras mismas.