Pereza se volteó hacia la nevera. En su pequeño estudio desde el sofá atisbaba fácilmente la cocina. Intentó anular su gula viendo el contenido de la“caja tonta”. Pero le rugía el estómago. Y no le apetecía cocinar. Observó el móvil sin batería en la palma de su mano. “No podré llamar a la pizzería”, masculló para sus adentros. Hizo el amago de erguirse del sofá pero su sobrepeso la hundió sobre el mullido hueco que había formado su trasero. Su gato, entre tanto, maúlla y se estira perezosamente sobre el cojín. “Quien fuera gato”, pensó.